Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1086
Legislatura: 1884-1885 (Cortes de 1884 a 1886)
Sesión: 22 de junio de 1885
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Presidente del Consejo de Ministros
Número y páginas del Diario de Sesiones: 179, 5274-5276
Tema: Viaje de S. M. el Rey a Murcia

Precisamente, Sres. Diputados, he procurado ceñir el debate a la cuestión de la crisis; quien la ha traído al terreno político es el señor Presidente del Consejo de Ministros, que para responder a mis argumentos incontestables, que no ha contestado, acerca de la crisis y de la manera de plantearla, se ha ido nada menos que a examinar y discutir la política del Gobierno de que tuve la honra de ser Presidente. ¿Qué tiene que ver la política de aquel Gobierno con los desaciertos de S.S. y con los actos recientes de ese Gobierno? Ahí es a donde quiero traer a S.S., y a eso es a lo que debe contestar.

Está condenado S.S. a hablarnos siempre aquí de cosas inconvenientes para todos, a volver sobre los sucesos de agosto y recordar lo que entonces pasó, sin tener presentes los fusilamientos a que se ha visto obligado S.S., que son ya en gran número; las conspiraciones que ha descubierto y los castigos que ha tenido que imponer; lo cual prueba que S.S. tiene el fuego bajo sus pies, como tenía antes la asociación militar, que cuando yo vine a ser Presidente del Consejo de Ministros, estaba formada hacía nada menos que siete meses. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Un mes). Siete meses; y sobre todo, basta uno; S.S. me la entregó, ¡esa fue la herencia que yo recogí de S.S.! ¿He recordado yo a S.S. esa desdicha? ¿He traído yo al debate para echárselos en rostro, los dos casos de regicidio frustrado que ha habido en tiempo de S.S.? ¿Los he tenido yo acaso en cuenta? ¿Serían esos hechos una imprevisión? Yo no lo achaco a imprevisión, sino a desgracia; aprenda S.S. de mí lo que debe hacer con los demás. (Muy bien, muy bien, en las minorías. -Rumores en la mayoría).

Y no envidio a S.S. la tarea de echar sobre los Presidentes del Consejo de Ministros responsabilidades que a todos pueden caber. ¿O es que acaso su señoría quiere echar de sí la responsabilidad que le quepa en los acontecimientos del 3 de enero y el 22 de junio? Pues qué, ¿no tiene S.S. responsabilidad en aquellos acontecimientos? ¿Quién era Presidente del Consejo de Ministros? Pues era un militar distinguido, un ilustre general que hacía poco tiempo que había llevado al ejército a la victoria, y aquel general fue sorprendido en la misma población y en su misma casa. ¿Qué extraño es que yo lo fuera en agosto? Señor Presidente del Consejo de Ministros, si no fuera otra cosa, es una gran imprudencia eso de venir a todos, de que todos, por no ser responsable ninguno, somos responsables.

Yo no sé cuándo va a aprender S.S. a tener la circunspección que se necesita en ese banco. (Aplausos en las minorías. -Protestas en la mayoría).

Pero veamos otra imprudencia más. Su señoría ha dicho que si el comercio había cerrado las puertas, era porque estaba incómodo con la Administración militar; ignorando S.S., que parece ignora todo lo que es cosa del gobierno, que las únicas tiendas que no se cerraron, como lo sabe todo el mundo, fueron las únicas que se quejan de la Administración militar: las de comestibles y las farmacias. (Rumores). Esto, señores, le ocurre al Sr. Presidente del Consejo de Ministros, porque no pudiendo defenderse de otra manera, apela a argumentos demagógicos: aunque fuese verdad, no debería haberlo dicho su señoría, porque no debe conciliar desde ese banco a las clases civiles contra las militares. Ya ven los señores Diputados de la mayoría cómo yo me atrevo a dar algunas lecciones de circunspección a vuestro altísimo, esclarecido y sapientísimo jefe. (Risas en las minorías y en las tribunas).

Pero otra inconveniencia del Sr. Presidente del Consejo de Ministros es venir aquí a proclamar en alta voz que la Monarquía de Alfonso XII no es compatible con la democracia; decir eso en absoluto, es quitar muchísima fuerza a la Monarquía. Yo digo a su señoría lo contrario. Las Monarquías hoy en Europa no son posibles si no transigen, en cuanto transigir deban, con los principios democráticos; a esa costa se sostienen todas las Monarquías de Europa, y ¡desgraciada la Monarquía que deje pasar el progreso sin tomar en él participación! Yo declaro que sí, que la Monarquía de Alfonso XII es compatible con la democracia, que la democracia no puede tener frutos provechosos si no está cobijada bajo el árbol de la [5274] Monarquía, y que la Monarquía no puede tener larga vida si no está impulsada y robustecida por el progreso. (Aplausos en las minorías).

Pero, Sres. Diputados, esto de que la democracia es incompatible con la Monarquía, lo ha debido estar pensando el Sr. Presidente del Consejo de Ministros por espacio de dos años, durante los cuales nos ha estado diciendo que no éramos ni más ni menos que un partido conservador; que las ideas liberales estaban en los que defendían los principios de la democracia, aconsejándonos lo que hemos hecho, como un bien para las instituciones y para el país, y ahora que le hemos complacido nos critica y nos hace incompatibles con la Monarquía. ¿Cuándo y cómo es S.S. sincero con la Monarquía, con las instituciones y con el país: ahora o antes? (Aplausos en la minorías). ¿Quién sirve más a la Monarquía: nosotros yendo paso a paso acogiendo aquellas reformas democráticas que lejos de poner en peligro la institución monárquica la fortalece, o S.S. diciéndonos cuando somos liberales que no lo somos, que no somos más que un obstáculo para la libertad y para la Monarquía, y cuando aceptamos ciertos principios que somos incompatibles con la Monarquía? ¿Quién presta a ésta más servicios; nosotros no rechazando a nadie, trayendo a ella todos los elementos, vengan de donde vinieren, o S.S. excluyendo a todos para quedarse solo? (Bien, bien, en las minorías). Pero S.S. ha sido en esto completamente inconsecuente, a pesar de que no es permitido a hombres de la altura de S.S. ser inconsecuentes.

Aparte de esto, se ha fijado después S.S. en si yo acompañé o no acompañé al Sr. Rivero, Ministro de la Gobernación cuando se presentó en Barcelona la fiebre amarilla. ¿Sabe S.S. por qué no le acompañé? Pues todavía hay aquí individuos de aquel Gobierno que podrán confirmar mis palabras. Apenas apareció la epidemia en Barcelona, primer punto de la Península donde se presentó, aquel Ministro propuso en Consejo ir a Barcelona, y el Consejo de Ministros no quiso dejar ir solo al Sr. Rivero, y se discutió quiénes debían acompañarle; pero él exigió que no fuese ninguno, que él bastaba por el pronto, y que si era necesario telegrafiaría desde Barcelona para que fueran otros Ministros; y hasta se brindó a ir el entonces Jefe del Estado, Sr. Duque de la Torre. Pero, sobre todo, ¿qué tiene que ver esto con lo sucedido ahora? Al aparecer entonces la epidemia, fue un Ministro, y hubiera ido más si hubiese sido necesario. ¿Ha ido alguno de vosotros después de los meses que hace que la epidemia está en la Península? (Rumores). Os habéis contentado con pensar hacerlo, pero no lo habéis hecho; nosotros lo hicimos el mismo día en que lo pensamos. Fue el Gobierno, porque fue un Ministro, y no fueron más porque no se creyó necesario; que si no, hubieran ido más. En cambio vosotros habéis hecho otra cosa más cómoda, que es, inventar el cólera en Madrid (Risas), para que habiendo cólera en Madrid no hubiera necesidad de ir allá. Y si no, ¿para qué habéis declarado el cólera en Madrid, cólera en el cual no cree ni el Rey? ¿Sabéis cuál es la mayor oposición, la más dura crítica que habéis encontrado a esa medida? Pues la de S. M. el Rey. Nadie cree que haya cólera en Madrid. (Nuevas risas).

Cuando un hombre político es consultado por Su majestad el Rey, debe decirle la verdad, y cuando Su Majestad el Rey tuvo la bondad de consultarme sobre su marcha a Murcia y sobre la crisis a que había dado lugar, yo tuve necesidad de decirle toda la verdad, porque si no, no hubiera cumplido con mi deber, y se la dije. Y por esto le expuse que la cuestión, tal como me la presentaba y la había planteado el Gobierno, no podía se cuestión, porque la crisis no debió plantearla el Gobierno en la forma y manera como lo había hecho; que yo no le podía decir nada respecto del viaje, porque si yo hubiera sido Gobierno, antes de aconsejarle que fuera o de consentirlo, habría ido yo. Pero ya que S.S. quiere saber más, le diré que también añadí a S. M. que tal como se habían puesto las cosas, a mí me parecía que de seguir ese Gobierno tenía que ir a Murcia, y que lo que no podía ser, no yendo el Rey a Murcia, era continuar en su puesto ese Gobierno. ¿Sabéis por qué le dije esto? Porque realmente el Gobierno ha comprometido al Rey a ir a Murcia; primero, declarando el cólera en Madrid cuando no había cólera en Madrid, y diciendo en los periódicos ministeriales qua ya no tenía necesidad de ir el Rey a Murcia, porque el cólera estaba en Madrid; eso fue una grande imprudencia, porque el Rey podía por esto figurarse que el cólera se había inventado en Madrid para evitar la necesidad de que fuese a Murcia; segundo, por las palabras del Sr. Ministro de Estado, que si hubieran sido ingeniosas en un Diputado de la mayoría, eran altamente inconvenientes en el que tenía a su cargo el departamento de Negocios exteriores, porque puso a D. Alfonso XII en el dilema de escoger entre la conducta del Rey Humberto yendo a Nápoles y la del Presidente de la República francesa, Monsieur Grevy, quedándose en París al declararse la epidemia en Marsella.

Pero ya que S.S. quería ponernos el ejemplo de Mr. Grevy, debió haber tomado ejemplo también de la conducta de sus Ministros; porque si el Presidente de la República francesa no estuvo en Marsella, fue porque se adelantaron a ir sus Ministros. (Rumores, interrupción. -Aprobación en la minoría).

El Sr. Presidente del Consejo se ha empeñado en buscar contradicción entre las palabras pronunciadas por el Sr. Marqués de la Habana y yo, y no la hay. Como él creo yo que el viaje del Rey a Murcia, como a cualquier población infestada, tiene inconvenientes que deben evitarse; pero como él entiendo yo que al empeño que el Rey tenía de ir a Murcia ha contribuido la conducta del Gobierno, y por eso le he exigido la responsabilidad y se la exijo; y por esto el Sr. Marqués de la Habana indicaba en el párrafo que ha tenido por conveniente suprimir S.S. en la lectura que ha hecho, esta responsabilidad. Decía así el Sr. Marqués de la Habana en el párrafo que S.S. no ha leído:

"Quedará siempre una cosa que resolver con el tiempo, y es, hasta qué punto puede haber responsabilidad en el Gobierno para que el Rey, oponiéndose a su opinión, se haya creído en el caso de resolver el viaje a la provincia de Murcia".

¿Dónde está, pues, nuestra conformidad de ideas con el Gobierno? ¿En el temor de cualquier peligro que pudiera correr S. M. el Rey? Indudablemente; en esto todos estamos de acuerdo, como lo estaríamos también en el temor del peligro que los Sres. Ministros pudieran correr; pero como no tienen más remedio que cumplir con sus deberes, necesario es que los cumplan. Por esto he propuesto yo que se declare la sesión permanente, para que después que concluya puedan irse los Sres. Ministros que deban ir, ya que el Sr. Presidente del Consejo dice que el Gobierno no [5275] puede estar en dos partes; o si no, que se vayan los que se deban ir y se queden aquí los que se crean necesarios para continuar el debate.

No haría mérito de lo sucedido en Barcelona, por lo mismo que por aquellos hechos, más que censuras, merece aplausos el Gobierno de aquella época. Allí se levantó la opinión, ¡Dios sabe a instigación de quién, y de qué manera y por qué medios! Contra una ley hecha en Cortes, no contra una disposición del Gobierno, y éste cumplió con su deber; pero a pesar de que aquellos sucesos se presentaron muy amenazadores, desaparecieron sin necesidad de derramar una sola gota de sangre y sin que se hiciera correr una sola lágrima. En cambio en Madrid, por una disposición del Gobierno se ha levantado todo el pueblo de Madrid. (Rumores). Todo el pueblo de Madrid, haciendo una manifestación unánime. (Rumores. -Aprobación en las minorías). ¿Cuándo habéis visto otra manifestación unánime? ¿Cuándo se ha visto en ningún pueblo de Europa? Yo creo, y dicho sea esto en confianza, puesto que en confianza habéis de negarlo, que por esto presentó la dimisión el Gobierno, no por el viaje del Rey; la prueba es que a pesar de la oposición del Gobierno, el Rey insistía en hacer el viaje, y el viaje estaba acordado, y hasta designados los Ministros que habían de acompañar al Rey, y alguno tenía hecha la maleta; pero a la mañana siguiente aparece Madrid como apareció, y entonces ya ni el Rey va a Murcia, ni ningún Ministro le acompaña; el Rey se queda sin tener quien le acompañe, y un Ministerio dimisionario da después el espectáculo que este Gobierno dio al pueblo de Madrid la noche de antes de ayer, sacando todas las tropas de los cuarteles y situándolas como para dar una gran batalla; la infantería de un lado, la caballería de otro, y la artillería a la puerta de los cuarteles. (Rumores). Por lo visto, no sabéis que creyendo el Gobierno que no tenía bastantes fuerzas para combatir al terrible enemigo, se armaron hasta los asistentes y escribientes del Ministerio de la Guerra. (Risas en las minorías). Y todo para pasar a poco tiempo, a las dos horas, por el ridículo de decir que no había nada y mandar retirar las tropas a los cuarteles, porque, en efecto, ya no había nada.

De todo esto han resultado tres muertos y algunos heridos; tres muertos, porque quedaron dos en el acto y uno de los heridos ha fallecido después; y esto ha ocurrido tan imprudentemente, como que si no hubiese sido por la ineptitud del Gobierno y por su aturdimiento, no hubiera pasado nada. Pero ¿qué ha de suceder con autoridades que cuando no ocurría nada que motivase la violencia, mandan 20 ó 30 guardias civiles de a caballo a escape a barrer la calle de Alcalá hasta la Presidencia, para volver después a la Puerta del Sol arrollando cuanto encuentran a su paso? (Grandes rumores; aplausos en la minoría). [5276]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL